Abstract
El cuidado suele mostrar una distribución desigual, donde estas responsabilidades recaen comúnmente en los hogares y, específicamente, en las mujeres. En este texto abordaré tres problemas del cuidado si no se aborda desde una perspectiva feminista.6 En primer lugar, analizaré la trampa de esencializar a las mujeres en las tareas de cuidado y, con esto, reproducir el orden heteronormado. Una segunda trampa radica en considerar el cuidado como el único valor fundamental porque, si así fuera, ¿qué pasa, entonces, con la justicia? Nos podríamos preguntar, como cuestiona Virginia Held, «¿el cuidado y la justicia son maneras alternativas e incompatibles de entender las mismas situaciones morales y políticas, y si es así, cuál nos debería guiar?» (1995, 1). Considerar que el cuidado está por sobre la justicia, por ejemplo, nos trae nuevos dilemas tanto en el ámbito privado como en el ámbito público. Finalmente, analizaré la trampa de considerar que estaría bien cuidar pero solamente a cercanos o a quienes consideramos que son como nosotros. Una moralidad y una política que limita el cuidado a un grupo específico de personas conlleva la peligrosa idea de que hay otro grupo de la población que no merece nuestra atención y cuidado.