Abstract
Después de la celebración del Concilio de Trento, muchos obispos intentaron poner en práctica tanto los decretos doctrinales como los disciplinares para llevar a cabo una reforma de la Iglesia "in capite et in membris". El obispo de Ginebra, Francisco de Sales, aplica los diferentes decretos, no sólo con firmeza y frialdad, sino también con la dulzura del buen pastor y la dulzura salesiana. Su reforma alcanza tanto al clero secular como al religioso, así como a las instituciones eclesiásticas y a los laicos. Los sínodos diocesanos, su acción pastoral y su doctrina, tanto teológica como espiritual, hicieron posible la reforma de la diócesis, que había sufrido la decadencia típica de su época y que había estado dominada por la doctrina calvinista en gran parte.