Abstract
La expresión “arte cristiano” encierra en sí una contrariedad si se considera que Jesús de Nazaret no apuntó nada sobre la creación artística. Tampoco podemos rastrear en el anuncio de la Buena Noticia ningún hilo que nos conduzca hacia un culto que necesitara la contribución de las “artes plásticas”. Cristo predijo un culto al Padre “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23). Los primeros cristianos fueron fieles a este espiritualismo trascendente judaico, pero al mismo tiempo, la fe en la Encarnación del Verbo dio al testimonio de los sentidos un valor fundamental: “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Nace un conflicto entre la sensibilidad artística y la nueva fe que gira en torno a la necesidad de legitimar el valor estético sin que el espíritu sea traicionado. Plasmar en la figuración una auténtica y sincera confesión de fe.