Abstract
A lo largo de la historia de la humanidad, siempre se ha planteado el problema del tiempo como algo constante y perenne. Así, autores como Ortega y Gasset, Heidegger o Unamuno, entre otros, ya intentaron ofrecer una respuesta sólida y convincente ante tan angustiosa cuestión. Pero, mucho antes, ya San Agustín atisbó en el Siglo IV una doble vertiente: por un lado, el tiempo puede ser visto desde el prisma del lamento, la angustia (pues todo –incluido el ser humano– es “presa de las fauces temporales”) o bajo la esperanza y la expectación (pues a lo largo de su transcurso, el hombre puede ir creciendo y progresando). No obstante, la complejidad temporal es tal que –como ya bien se verá a lo largo de este artículo– hemos de estructurar su análisis en cuatro fases: 1) Tiempo psicológico; 2) Tiempo físico; 3) Tiempo moral y 4) Tiempo histórico.