Abstract
Quien esto escribe no tiene manías o predilecciones aristocráticas. Al contrario, siempre se ha obstinado en creer que no vale menos la gente de los lugares que la más encopetada de la corte. Mutatis mutandis, todo le parece lo mismo: la mujer del alcalde es igual a una emperatriz o reina, la del escribano equivale a la duquesa más en moda de Madrid y el majo Fulanito se le antoja más brioso y gallardo, buen jinete, seductor, afable y ameno que el más perfecto dandy de cuantos ha conocido..