Abstract
Los relatos bíblicos no pretenden tanto transmitir un mensaje cuanto reflejar la vida humana para expresar de qué forma Dios se halla en el corazón de la existencia. Por esa razón son susceptibles de educar a un cierto modo de vivir, como lo muestran las invitaciones repetidas a contar a los hijos las historias del pasado. Pero no lo hacen tocando primero la inteligencia, sino activando las emociones y la afectividad para estimular al lector juzgar, reflexionar, actuar. Es lo que ilustran dos relatos de la Biblia: el relato que Natán le hace a David para empujarle a juzgarse y el relato del “buen Samaritano” que Jesús cuenta a un jurista para señalarle un camino de vida. Partiendo de estas historias, el presente trabajo reflexiona las condiciones para un buen uso de los relatos bíblicos hoy en una situación educativa.