Abstract
La defensa de la tolerancia, en el siglo XVIII, se apoya en dos líneas de argumentación, que observamos en pensadores como Montesquieu y Rousseau, Diderot, Romilly y Voltaire. Una es la que deconstruye el concepto de verdad absoluta aplicado tanto a la doctrina revelada por Dios como a la institución considerada única depositaria de tal verdad, la Iglesia católica, única «verdadera». Otra sigue este argumento: si se reconocen los derechos de la conciencia a toda confesión religiosa, ¿acaso podría evitarse una justificación circular de la intolerancia? Sin renunciar a los derechos de la conciencia, base de las libertades individuales, Romilly y Voltaire sostienen la separación Iglesia-Estado, como lo hiciera Locke, asignando a éste el ius circa sacra. Sólo sobre esta base se logra fundamentar la idea y la práctica de la tolerancia no sólo religiosa, sino también universal o multicultural