Abstract
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la España franquista atravesó uno de los periodos más duros de su historia. Sola frente a un continente desangrado y en vías de recuperación, optó por el camino del acercamiento hacia Hispanoamericana. Cuba, su “hija predilecta”, fue uno de los primeros países que entró en el juego de la administración española. La creación del Instituto Cultural Cubano-Español, en julio de 1948, y el mantenido apoyo de una parte de la intelectualidad criolla corroboraron el fiel respaldo de la mayor de las Antillas frente a los nuevos designios imperiales de “el Caudillo”. De esta forma, América volvía a renacer con fuerza entre los puntos tangenciales de la política exterior hispana junto a la imagen cultural que entonces comenzaba a implementarse