Abstract
Una de las características más notables de los numerosos estudios sobre lectura en voz alta es que no han prestado atención a los jóvenes universitarios. Es más, casi en la totalidad de casos, la lectura en ambientes universitarios se asocia a la lectura silenciosa (Duncan, 2015). Tal como señala la profesora Duncan (2015, 2018, 2020; Duncan y Freeman, 2019), una de las mayores expertas británicas en cuestiones de lectura en voz alta y alfabetización oral en adultos, existen cientos de investigaciones sobre los efectos de la lectura en voz alta en niños, adolescentes y en la tercera edad. Ortlieb y Young (2016) explican que esto se debe a que las ayudas económicas a la investigación buscan, por un lado, potenciar la educación infantil y prevenir dificultades de aprendizaje y, por el otro, frenar algunas enfermedades mentales degenerativas propias de la vejez. Del mismo modo, existe una creencia generalizada que dice que esta lectura es cosa de niños, que es una práctica para llevarse a cabo en clases de primaria y secundaria y que, con suerte, algunos padres la implementan cada noche con sus vástagos con la esperanza de despertarles el hábito de la lectura por placer (Cassany, 2007; Israel y Duffy, 2014). Pero a nivel universitario, se presenta como un procedimiento casi anecdótico, entre otras razones, por la falta de formación del profesorado (Warner et al., 2016). Incluso en el reciente estudio de Duncan (2020), esta afirma que su libro no trata sobre cómo trabajar esta lectura en el aula universitaria sino más bien de examinar los hábitos de lectura en voz alta de adultos en el siglo XXI.