Abstract
Buena parte del nervio metafísico radica en el esfuerzo, en ocasiones ímprobo, de remontarse al plano de lo quoad se (lo que es «en sí») sin dejarse eclipsar por la seductora inmediatez de lo quoad nos (lo que es «para nosotros», anclados en nuestra propia perspectiva), aun cuando, como en el caso del conocimiento, el objeto tematizado nos toque tan de cerca. De hecho, no se logra abordar satisfactoriamente la realidad del conocimiento en su taleidad, si se parte, en exclusiva, de un primado indiscutible en la línea de lo receptivo, puesto que en tal caso sólo cabe entender el proprium del conocimiento como mero mecanismo «ordenador», entregado sin residuos a la tarea de interconectar y desmadejar una serie de impresiones o datos de conciencia que ya siempre aparecen en él en calidad de «huellas», presumiblemente procedentes desde un «afuera» nouménico que resulta ignoto por principio. Por esto mismo, desde el tomismo, el estudio del conocimiento humano no se puede realizar a espaldas de la íntegra y fundamental constitución metafísica de la persona humana, en cuanto acto de ser esencializado humanamente y singularizado por una materia signada, cuyo fundamento último descansa en la participación ontológica por la que Dios, Ser y Entender subsistente, da el ser a las creaturas.