Abstract
El análisis de nuestra filogenia, basado esencialmente en los registros fósiles y arqueológicos, nos ofrece información crucial sobre la trayectoria evolutiva del género Homo. Sin embargo, el problema radica es la escasez de muestras para un análisis concluyente, ya que la diversidad de especies en muchos casos se infiere a partir de unos pocos individuos o fragmentos óseos distribuidos en amplias zonas geográficas. No obstante, el notable éxito evolutivo de nuestro género no se atribuye únicamente al incremento en la capacidad cerebral -desde Australopithecus, con un volumen cerebral aproximado de 500 cm3 a Homo sapiens entre 1500-1700 cm3- o a las variaciones genómicas. También deben considerarse otros factores, como los culturales, sociales y ecológicos. La interacción entre las distintas especies y su entorno en un ecosistema es fundamental en cualquier proceso evolutivo. Todo ajuste, regulación o interacción en el mismo, como indica Margalef, determinará el equilibrio necesario hacia la supervivencia o el declive del sistema. Para establecer un diálogo interdisciplinar entre la ecología integral y la antropología evolutiva, hemos considerado incluir las teorías cognitivas modernas como la Teoría del Compromiso Material (MET), la ciencia cognitiva (CS) y la biología cognitiva (BC). Estas teorías resaltan la importancia de considerar la cognición no solo como un proceso interno, sino como algo que está profundamente arraigado en el contexto material y social. Este artículo examina cómo el ambiente pudo influir en la evolución del género Homo y viceversa, proponiendo un análisis interdisciplinario que integra ecología ambiental, económica, social y cultural, o lo que el papa Francisco denominó ecología integral, con la antropología evolutiva.